Verónica Martínez López, Universidad de Oviedo
Los primeros años de vida de los niños se encuentran llenos de acontecimientos cruciales y decisivos, pero quizá el hito más celebrado es la producción de las primeras palabras, lo que tiene lugar a alrededor de los 12 meses. Sin embargo, el desarrollo del lenguaje se cimienta en los primeros encuentros entre los bebés y los padres. Se trata de una tarea conjunta, donde el adulto va “andamiando” al niño para que este construya su lengua materna. Así, el lenguaje se adquiere en situaciones de interacción, principalmente lúdicas, donde se producen los intercambios lingüísticos entre ambos actores y donde el papel de cada uno va cambiando a medida que aumenta la edad del niño.
Durante el primer año de vida, los niños producen sus primeras 50-100 palabras, pero este crecimiento ocurre lentamente hasta el momento en el que son conscientes de que los objetos “poseen” un nombre (asociación nombre-objeto), produciéndose lo que se conoce con el nombre de fast mapping. Esto da lugar a un incremento significativo y exponencial del vocabulario infantil.
Sin embargo, se ha observado que alrededor de un 15% de niños con 2 años presentan un retraso en la adquisición del vocabulario en ausencia de problemas neurológicos, sensoriales o cognitivos. Es decir, son niños con un desarrollo típico cuyas habilidades cognitivas no verbales son equivalentes a las de su grupo de edad pero que adquieren el lenguaje más tardíamente.
A estos niños se les denomina niños con inicio tardío en el lenguaje (en inglés late talkers). La caracterización definitoria es que a la edad de 2 años presentan un retraso en su vocabulario expresivo, pues producen un número limitado de palabras, menos de 50, muestran un inventario fonológico reducido y ausencia de estructuras silábica complejas, no hacen combinaciones de palabras, emplean menos gestos comunicativos y manifiestan dificultades de comprensión. Hay que añadir que son un grupo heterogéneo, puesto que no todos manifiestan las características anteriores en el mismo grado de severidad, lo que da lugar a perfiles de desarrollo diferenciados.
Causas y consecuencias del inicio tardío del habla
Las causas deben explicarse desde un modelo dinámico multifactorial, que va desde características intrínsecas del sujeto (factores biológicos, cognitivos o sensoriales) hasta familiares y sociales (nivel educativo de los padres, antecedentes familiares, estrés materno, tiempo que se interactúa con los niños, elicitación de enunciados en los niños, etc.).
De ahí que no haya una prueba única de evaluación y se utilicen tanto inventarios de desarrollo comunicativo que deben ser complementados por los padres, como la observación del vocabulario expresivo, la comprensión y la intención comunicativa de estos niños en situación de interacción con un especialista en el lenguaje.
Por otro lado, algunas de las consecuencias del inicio tardío del lenguaje son que estos niños posiblemente manifestarán problemas de integración social y dificultades de aprendizaje e incluso se ha establecido que un 7% terminará presentando un trastorno específico del lenguaje (TEL). Además, cuanto más se tarde en intervenir, más dificultades tendrá el niño para responder a las demandas de la escuela, puesto que el lenguaje es un instrumento fundamental para aprender.
Así, en la etapa de Educación Infantil podrán mostrar dificultades con el aprendizaje de fonemas, letras y la conciencia fonológica, prerrequisitos indispensables para aprender a leer.
En edades más tardías (8 y 9 años) se han observado diferencias significativas en las tareas de lectoescritura, lo que apunta nuevamente a debilidades persistentes. Por tanto, es fundamental que estos niños continúen siendo observados y controlados para el éxito educativo por el impacto que presenta el lenguaje en muchas, si no en todas las áreas de rendimiento académico.
A pesar de las evidencias en el retraso del desarrollo lenguaje, todavía hay una parte de la sociedad que reconoce que no hay que preocuparse por ello y se escudan en que el niño “ya hablará” y expresan justificaciones peregrinas como “si el padre/madre habló muy tarde y míralo ahora, no calla”, “no hay ningún niño mudo”, “si lo entiendo todo, pero es un vago para hablar”, etc. Esta actitud de dejadez implica retrasar la consulta con un logopeda con la consiguiente demora en la intervención.
Estrategias para favorecer el uso del lenguaje
Si uno de los rasgos definitorios de los niños con inicio tardío del lenguaje es su escaso vocabulario expresivo, las medidas de intervención deben ir dirigidas a este ámbito haciendo un uso del lenguaje.
Entre las estrategias para favorecer este uso se encuentran:
- Dejar que el niño tome la iniciativa en las interacciones, lo que no significa que le dejemos hacer lo que quiera. Esto responderá a los intereses del niño, además, de favorecer el aumento del número de interacciones e intercambios lingüísticos, sobre todo si se realiza en situaciones de juego y de rutinas. En el libro Hablando… nos entendemos los dos (Pepper y Weizman, 2007) se plantean las estrategias OEE para ayudar a construir el lenguaje: a. Observar: a qué mira el niño, descubrir que le atrae, etc. b. Esperar: dejarle hablar, inclinarse y mirar al niño con interés. c. Escuchar: prestar atención a todas las palabras y gestos, aunque la producción sea ininteligible.
- No someter de manera extenuante a los niños a situaciones de evaluación, como por ejemplo “¿cómo se llama esto?”.
- Extender lo que ellos dicen, es decir, alargar el número de palabras de los enunciados infantiles en el contexto de la rutina y de una manera natural.
- Procurar hacer preguntas abiertas del tipo “¿qué hiciste hoy en el cole?”.
- Ponerse en el mismo plano de visión que el niño para captar su atención.
- Repetir el mismo vocabulario en numerosas ocasiones y en contextos diferentes porque se ha observado que necesitan mayor número de exposiciones a las palabras nuevas para que formen parte de su repertorio léxico.
En definitiva, como recoge el profesor Gerardo Aguado, de la Universidad de Navarra, “el niño que todo el mundo parece conocer, que hasta los cuatro años no habló y luego habló bien, no existe”.
Verónica Martínez López, Profesora Titular. Área Psicología Evolutiva y de la Educación, Universidad de Oviedo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.