Las saludables costumbres de Isabel II

Las saludables costumbres de Isabel II

Con 96 años, y 70 años de reinado, la reina Isabel II murió el pasado jueves en su residencia de Balmoral, en el norte de Escocia, lugar que paradójicamente era definido por ella como su “pequeño paraíso”, y donde elegía pasar cada verano sus días de descanso en familia. Lugar, también, donde tuvo lugar su última actividad oficial como reina, cuando el pasado martes recibió a la nueva primera ministra Liz Truss.

Con su fallecimiento, Isabel II se consagró como la monarca más longeva de la historia de la monarquía inglesa. Y la razón de esa longevidad parece estar en su amada residencia de verano, a la que se había retirado el pasado 9 de agosto a un descanso, como solía hacerlo, lejos de la vida pública y las multitudes y en la intimidad de la familia.

Es que si bien Isabel II estaba sin dudas dotada de una genética privilegiada -su madre, Elizabeth Bowles-Lyon, vivió hasta los 101 años- el secreto de su larga vida y su envidiable salud estaría en el agua del manantial de su residencia de Balmoral, que según aseguran desde el entorno de la realeza, cuenta con propiedades antienvejecimiento.

El agua del manantial de su residencia de Balmoral cuenta con propiedades antienvejecimientoEl agua del manantial de su residencia de Balmoral cuenta con propiedades antienvejecimiento

Así lo había descubierto una joven Isabel de la mano de su madre: el agua que brota del manantial que hay en la finca, conocida como “el agua de Deeside”, dicen que tiene propiedades maravillosas. Y ésa habría sido la causa, según científicos británicos, de que la reina envejeciera sin problemas de salud, su madre supere el siglo de vida y Victoria reinara por 64 años en el siglo XIX.

Exámenes de laboratorio indicaron que el agua mineral que surge de las vertientes de los campos de Balmoral posee propiedades químicas muy particulares que ayudan a mantener la piel y la salud. Antes, otros estudios habían indicado que dicha agua ayudaba a tratar dolores artríticos y musculares.

El agua de Balmoral, además, protege contra los radicales libres, moléculas tóxicas que están vinculadas a una serie de enfermedades propias del envejecimiento como el cáncer, las afecciones cardíacas, y los ataques cerebrales.

Vomo publicó el Daily Mail, el secreto del agua de Balmoral está en la combinación de químicos y minerales que toma de la tierra escocesa, especialmente granito y otras piedras. El doctor Hugh Matheson, de la firma TCS Cellworks, declaró que “tiene el potencial de reparar y rejuvenecer la piel humana”. Y agregó: “Incrementa la formación tubular en un 20%, un aumento importante que ayuda al flujo de nutrientes en la piel”.

Fue en el siglo XIX cuando los efectos curativos de dicha agua llegaron a oídos de la reina Victoria, quien comenzó a tomarla en 1856. Y así continuó con toda la familia real incluido el príncipe Carlos. El agua es vendida como Deeside Natural Mineral Water, y se vende hace un tiempo en botellas en los supermercados del país con un gran éxito de ventas.

Pero si de aguas “milagrosas” se habla, no puede dejar de mencionarse la afamada agua de cebada -”Barley Water”-, la bebida favorita de la familia real, sin distinción de edades. Se trata de una bebida popular en la India, en el sureste asiático y en Reino Unido. Se prepara cociendo cebada perlada con limones y naranjas.

La cocinera real Alma McKee la popularizó entre los Windsor con ligeras variantes, como endulzada con azúcar moreno. Toda la familia real se ha confesado adicta a la peculiar bebida refrescante, con propiedades diuréticas e ideal para el tratamiento de afecciones del riñón y la vejiga. Tanta era la preferencia de la reina Isabel II por esta bebida que concedió una cédula real a la marca Robinsons como proveedores oficiales del agua de cebada, accesible también para el común de los británicos en los supermercados.

Otros hábitos de Isabel II que pueden explicar su larga y saludable vida

Se dice que “somos lo que comemos” y, en este punto, otra vez la cocinera real tiene gran injerencia: McKee fue la artífice de los buenos hábitos alimenticios de la reina. Isabel II estaba tan familiarizada con el smorgasbord -tal como se conoce a una mezcla de platos fríos y calientes propios de la cocina sueca, de donde era oriunda la cocinera- como con la cocina mediterránea (abundante en aceite de oliva).

El gran proveedor real de verduras, huevos y carne orgánica no es otro que el ahora rey Carlos, a través de su propia marca, Duchy Original. El pescado -considerado como una de las fuentes de longevidad por los japoneses- forma también parte de la dieta real con más asiduidad y variedad que en la típica dieta británica.

Además, el té es el ritual sagrado de los británicos y la reina no podía ser menos. El té se sirve puntualmente a las cinco en Buckingham, en Balmoral, en Windsor o en Sandringham. En todas sus variantes, aunque principalmente la de té verde, se trata de una bebida con grandes propiedades para potenciar la salud: antioxidante, antiinflamatorio, anticancerígeno, ideal para prevenir enfermedades cardíacas.

Frente a los excesos con el alcohol de muchos miembros de la familia Windsor, la reina defendió siempre la moderación y con fines “terapéuticos”. Desde el vino tinto en las comidas al vermú de las ocho, una “tradición” también seguida por su esposo, Felipe de Edimburgo.

Asimismo, la reina siempre estaba en movimiento. La monarca británica hacía ejercicio casi a diario y realizaba caminatas rápidas con sus perros. Los perros son su motivación: si no tenía tiempo para sacarlos a pasear por la mañana, lo hacía por la tarde. Hasta hace unos años, además, Isabel montaba a caballo una o dos veces por semana. Además, se cuidaba de dormir bien. “Duerme unas siete horas cada noche y se despierta todos los días a las 7:30 de la mañana”, solían decir desde su entorno.

La conexión social también es vital para mantener sanos el cuerpo y la mente y la reina se encargó de desmarcarse de su tatarabuela Victoria huyendo a toda costa del aislamiento.

Alimentación equilibrada, té verde, moderado consumo de alcohol, buen descanso, ejercicio y vida social. Al parecer, Isabel II hizo todo bien a la hora de ayudar a su genética para vivir todos los años que vivió. Y si a eso se le suman las propiedades de un “agua milagrosa”, los resultados están a la vista del mundo entero.

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