Triunfo de Lula y su consecuencia para Venezuela

Triunfo de Lula y su consecuencia para Venezuela

 Adolfo P. Salgueiro

Por fin se realizó la tan esperada segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil cuyo resultado fue el que se esperaba, aun cuando el margen de 1% que favoreció a Lula fue bastante menor que el anticipado por las encuestas. En términos absolutamente formales Lula ganó, aunque no deja de ser cierto que la democracia consiste en el triunfo de la mayorías, pero también en el respeto de las minorías que, en este caso, cosechó casi la mitad de los votos.

El triunfo de Lula revela de manera inequívoca que la memoria cívica de los pueblos es sumamente frágil. Cuatro años atrás Fernando Haddad, candidato del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula resultó ampliamente vencido por Jair Bolsonaro fundamentalmente como una reacción de rechazo a la corrupción instalada en todos los niveles de la administración.

Allí salieron a relucir los escándalos que llevaron a la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, la tenue y frágil sucesión por Temer, el caso Odebrecht que constituyó tal vez el más notorio episodio de corrupción del mundo y otros tantos.

Suponemos que el funcionamiento de la justicia brasileña posiblemente tenga un mayor grado de independencia y dignidad que la venezolana, pero no puede descartarse que las imputaciones y los juicios abiertos contra el entonces devaluado Lula da Silva sugieren el propósito de neutralizar el activo político del hoy recién electo candidato.

Sea como fuere la percepción que podamos tener sobre ese asunto, la verdad es que Lula fue juzgado y sentenciado por corrupción, ratificados los fallos en todas las instancias judiciales hasta la Corte Suprema, más el ingreso a prisión del expresidente, quien estuvo detrás de rejas 580 días.

Con todo, los electores prefirieron votar por un corrupto confirmado entusiasmados tal vez por las promesas populistas y el recuerdo de los mandatos anteriores de Lula que –a decir verdad– fueron de progreso democrático y mejora visible de los índices de bienestar impulsada por el ciclo entonces  ascendente de los precios de las “commodities”.

Lo anterior se comprueba con meridiana claridad observando los resultados de la segunda vuelta donde un Brasil pobre –el del norte– se pronunció ampliamente por Lula mientras que el otro Brasil –el del sur– rico lo hizo por Bolsonaro.

El continente suramericano luce ahora pintado de rojo, a excepción de Uruguay, Ecuador y Paraguay, lo que da fundamento para que los partidarios de grupos izquierdistas importantes como el Foro de Sao Paulo, el Grupo de Puebla y otros abriguen la esperanza de instalar regímenes afines en todo el continente y más allá.

Estimamos que tales temores, sin dejar de ser razonables, en Brasil tropiezan con algunos elementos que pueden servir de contención:

  1. ambas cámaras del Poder Legislativo son dominadas por representantes contrarios a la izquierda radical, lo cual anticipa que excesos como los de Chávez tropezarían con importantes escollos mientras la negociación induciría a la moderación.
  2. Lula –guste o no– exhibe impecables credenciales democráticas demostradas ampliamente en sus mandatos previos y en su trayectoria personal.

Quien escribe no profesa coincidencia alguna con el estilo grosero, soberbio y payasesco de Jair Bolsonaro y comparte la percepción de que las alternativas ofrecidas al votante eran la de elegir al peor o “al más peor”.

No obstante, en nuestra condición de venezolanos demócratas, anticomunistas y antimaduristas, hubiésemos preferido que fuese este el triunfador tan solo porque él fue extremadamente amplio, generoso y comprensivo con aquellos compatriotas nuestros que emigraron a Brasil y también porque en todas las instancias de política internacional se puso del lado de la democracia.

Anticipamos que, como ocurrió ya en Argentina, Perú, Honduras, etc., a partir del 1 de enero se retirará el reconocimiento a Guaidó, lo cual implicará automáticamente el cese de la representación oficial del interinato llevado con inteligencia y esfuerzo por nuestra embajadora en Brasilia, la doctora María Teresa Belandria, quien con muy limitados recursos y apoyos consiguió adelantar una labor cuyo fruto sirvió en forma práctica a miles de nuestros compatriotas necesitados.

Va de suyo que en mayor o menor grado se materializará el apoyo al régimen de Miraflores y a la solidaridad en las organizaciones internacionales. La consecuencia práctica de ello será el importante cambio de las correlaciones en el seno de la OEA con la previsible expulsión del embajador Gustavo Tarre Briceño, quien hasta ahora ha llevado esa representación ante un panorama cada vez más difícil dados los resultados electorales de los últimos años: México, Argentina, Honduras, Chile, Bolivia, Perú y la persistente oposición del Caribe, sobrerrepresentado y solidario con Guyana en la cuestión del Esequibo, pero al mismo tiempo captado por el bozal de la arepa de Petrocaribe.

Lo anterior pudiera no ser tan grave si en el ámbito interno mostráramos una unidad sólida. Sabemos que no es el caso. No hay que ser Nostradamus para anticipar que los días del experimento democrático otrora depositado en el interinato vive sus últimos días.

Como reflexión final debiéramos tener en cuenta los ciclos de “torno e ritorno” de las preferencias políticas del electorado. Cuando un régimen responsable que sucede a una dictadura o al populismo de izquierda toma medidas indispensables que implican tiempos duros –especialmente para los menos favorecidos–, el resultado de la siguiente elección suele favorecer a quienes fueron los responsables del caos que se quiso remediar.

Casos sobran: a Macri lo sucedió el peronismo responsable de todos los males, a Piñera lo sucedió Boric, a Duque lo sucede Petro, a Peña Nieto lo sucede AMLO, a Aznar y a Rajoy los sucedió el PSOE.

Conclusión:

Los pueblos no están preparados para tener memoria cívica porque las perentorias necesidades de los menos privilegiados no permiten apostar a un futuro de plazo incierto cuando el populismo ofrece soluciones mágicas que en definitiva no hacen sino dar fuerza al círculo vicioso.

@apsalgueiro1

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