Luis Ovando Hernández, s.j.
I
Llevo días reflexionando alrededor de una conversación desarrollada con algunos hermanos jesuitas mientras almorzábamos, que tenía que ver con “el silencio de Francisco” con relación a cuanto viene aconteciendo, en este caso, con la situación de la Iglesia en Nicaragua.
En resumen, los comentarios grosso modo inclinan la balanza en contra del Francisco. Unos opinadores —a los que se suman grupos de cristianos católicos, por supuesto— ven en el mutismo papal una estrategia vaticana de largo plazo, que garantiza la presencia “neutral”, “apaciguadora”, de la Iglesia católica en Nicaragua, consciente, no obstante, de que dicha opción se toma mientras la comunidad cristiana es perseguida. Como ocurre en el ajedrez, donde la estrategia global de defensa-ataque implica la pérdida irremediable de algunas piezas si se pretende ganar.
Otros comentaristas —y aquí también algunos católicos— son del parecer que el Vaticano está ocupada por un comunista. Esta condición política pesaría notoriamente en el papa Francisco. Le resta libertad y le impide pronunciarse valientemente. Por ser un comunista, según estas personas, Francisco sería incapaz de adversar los regímenes autoritarios perseguidores de cristianos que él representa, en su condición de Vicario de Cristo en la Tierra. Como comunista que sería, el Francisco coquetea con gobiernos igualmente comunistas, “se hace de la vista gorda” ante injusticias y tropelías o desvía la mirada a otra parte.
II
Obviamente, mi intención no es defender al papa. Él puede hacerlo mejor que yo. Sin embargo, constato por haberlo conocido personalmente, que Francisco es una persona radicalmente libre. Esta libertad se extiende incluso a lo que los demás podamos pensar sobre él y el modo como ejerce su misión. No actúa ni se pronuncia movido por ideologías o presiones externas. El papado de Francisco lo determina el discernimiento extendido y aplicado a personas, tiempos y lugares. Y es consciente de que este modo de proceder puede generarle antipatías.
En el Ángelus del domingo 21 de agosto, Francisco manifestó su profunda preocupación por cuanto está sucediendo en Nicaragua. Sin embargo, sus palabras del santo padre fueron consideradas por los grupos que lo critican como “tibias”. Así, opinadores y comentaristas piden a coro su renuncia.
III
Para mí, tal cuestionamiento es preocupante. Merma el regalo que nos legó el Concilio Ecuménico Vaticano II. Es decir, el pueblo de Dios. En los documentos conciliares, cuando se habla de la Iglesia universal, se coloca en el primer lugar, no a su jerarquía, sino al pueblo creyente.
Existen movimientos internacionales y personas influenciadoras que tratan de minar y hacer saltar por los aires, no al papa Francisco, sino a la Iglesia nacida del Concilio Vaticano II (y al papa con ella). No les es suficiente con que la Iglesia nicaragüense repudie cuanto sucede en ese país, no bastan los pronunciamientos sistemáticos de las distintas Conferencias Episcopales —entre ellas, la venezolana—, de las Conferencias de Religiosos, de las distintas comunidades religiosas. No es suficiente. Debe pronunciarse contundentemente “el jefe”. Los demás no cuentan. Y si el jefe no lo hace, por ocultas y nefastas razones, o porque en el fondo comulga con el comunismo, que renuncie y dé paso a otro.
Procediendo de este modo, los movimientos y personas le siguen el juego a los regímenes que dicen repudiar, pues opacan lo que realmente importa desviando la atención a cuestiones eclesiales varias. Así, parece contar menos el paradero Álvarez Lagos y de sus sacerdotes ni se ahonda en las razones últimas que mueven a régimen de Ortega a perseguir a la Iglesia, ni de cómo cargan con el injusto peso del cotidiano los nicaragüenses, solo interesan las palabras de Francisco.
Movimientos internacionales e influenciadores han colocado en nuestras agendas “una” figura del papa condescendiente y guabinoso, maquiavélicamente calculador e indolente, cuando el tema debería ser el pueblo de Dios, que hoy día es pueblo crucificado que espera, en su condición de hijo, la Resurrección. Por supuesto que es mucho más sencillo criticar a un hombre viejo y enfermo, que comprometerse sostenidamente con la suerte de un pueblo sufriente y excluido.
IV
Termino con un breve comentario a la Carta de san Pablo a Filemón. Al igual que el obispo de Matagalpa, Pablo está en cárcel por su fe (en rigor, sería más exacto decirlo al revés monseñor Álvarez Lagos se asemeja a san Pablo). Está envejecido, pero mantiene un vigor tal que es capaz de “engendrar un hijo” en la prisión. Se trata de Onésimo, su hijo en la fe. En lugar de aferrarse a él, Pablo ha decidido enviárselo a Filemón, de quien huyera Onésimo, pues era su esclavo.
La vejez, los barrotes, la falta de libertad, la inminencia de la muerte, no le impidieron a san Pablo concebir un hijo en la fe y entregarle un hermano a Filemón.
Nos conceda el Señor de acoger a todos aquellos hermanos nuestros nacidos en similares situaciones. Le conceda el Señor su liberación al pueblo nicaragüense y a todos los encarcelados injustamente, por el simple hecho de no estar de acuerdo con el régimen imperante.