El cártel que no pretende a ganar, sino resistir

El cártel que no pretende a ganar, sino resistir

Las probabilidades implícitas que surgen cuando la política deja de ser ideológica y se convierte en supervivencia.

Antonio de la Cruz / EL NACIONAL

Durante más de una década, el debate internacional sobre Venezuela ha girado en torno a una expectativa persistente: que el aumento sostenido de la presión económica, financiera y diplomática terminaría forzando una ruptura interna y abriría el camino hacia una transición democrática. Esa expectativa descansa sobre una intuición poderosa, pero incompleta: que los actores políticos, enfrentados a costos crecientes, ajustan su conducta para minimizar daños y maximizar beneficios.

Sin embargo, cuando se observa el caso venezolano a través de un lente distinto —el de las expectativas agregadas, los comportamientos implícitos y las apuestas silenciosas sobre el futuro— emerge una conclusión incómoda: el Cártel de los Soles no se comporta como un actor que calcula cómo ganar, sino como uno que apuesta a no desaparecer.

En los mercados de predicción —formales o informales— no importa lo que los actores dicen, sino lo que hacen cuando deben poner algo en juego. En ese sentido, Venezuela ofrece una señal clara: quienes detentan el poder están dispuestos a aceptar casi cualquier costo con tal de evitar un único desenlace, percibido como terminal. El poder no es un medio; es un escudo existencial.

Cuando la política entra en el dominio de la pérdida

Los modelos clásicos de análisis político asumen que los actores operan en un espacio racional en el que las pérdidas y las ganancias son comparables, intercambiables y, sobre todo, reversibles. Funcionan cuando perder una elección implica pasar a la oposición, no enfrentar la cárcel, el exilio o la persecución permanente.

Ese supuesto dejó de ser válido en Venezuela hace tiempo, pero se quebró de manera definitiva tras el golpe electoral del 28 de julio de 2024. Al romper con los últimos vestigios de legitimidad competitiva, la coalición gobernante abandonó el terreno de la política convencional y entró en uno distinto: el de la supervivencia pura.

Desde ese punto de referencia, los incentivos tradicionales —alivio parcial de sanciones, acceso a divisas, reconocimiento internacional— pierden eficacia. No porque carezcan de valor, sino porque no compensan lo que el narcorrégimen percibe como una pérdida absoluta. En términos de expectativas implícitas, el cálculo es binario: resistir o desaparecer.

La paradoja de la presión máxima

Desde Washington y otras capitales, la presión máxima suele concebirse como una estrategia de asfixia gradual. Desde Caracas se experimenta de otro modo: como la confirmación de que el desenlace buscado por el adversario no es la reforma, sino la eliminación del sistema.

Ese cambio de interpretación es crucial. En entornos donde los actores creen que cualquier concesión abre la puerta a un final irreversible, la presión no induce moderación; induce cierre. La respuesta racional, bajo ese marco, es simplificar el sistema: reforzar la verticalidad del mando, reducir el espacio para la disidencia interna y transformar toda apertura en traición.

Lejos de fragmentarse, la élite se cohesiona. No por afinidad ideológica profunda, sino por miedo compartido. En términos de apuestas implícitas, desertar temprano tiene un costo inmediato y seguro; resistir juntos ofrece, al menos, una probabilidad —aunque baja— de supervivencia.

El costo oculto: la sociedad como variable sacrificable

Las probabilidades silenciosas también revelan otro patrón: el actor que primero absorbe el impacto de la presión no es el régimen, sino la sociedad. Inflación persistente, deterioro del ingreso, escasez de combustible y represión sistemática erosionan la capacidad de organización colectiva.

Cuando la vida cotidiana se convierte en una lucha constante por la supervivencia, la política deja de ser una prioridad operativa. No por apatía, sino por agotamiento. El resultado es paradójico: el componente más fuerte del sistema conserva recursos, armas y aliados; el más débil pierde capacidad de presión.

Desde una lógica de expectativas, esto inclina aún más el juego a favor de la continuidad autoritaria. La presión externa, diseñada para debilitar al cártel, puede terminar neutralizando al único actor que podría alterar el equilibrio interno: la sociedad organizada.

Resiliencia autoritaria en un sistema no aislado

Otro error frecuente en los diagnósticos es tratar al narcorrégimen como un sistema aislado. No lo es. Rusia, China e Irán tienen incentivos estratégicos, económicos e incluso identitarios -la lucha contra Estados Unidos- para evitar el colapso del régimen. Ese apoyo no necesita ser ilimitado; basta con ser suficiente.

En términos de apuestas implícitas, el respaldo externo funciona como un seguro mínimo: reduce la probabilidad de un desenlace terminal y hace racional la estrategia de resistencia prolongada. La historia reciente ofrece precedentes claros. Regímenes como Cuba o Corea del Norte no sobreviven por eficiencia económica, sino por la combinación de control interno y apoyo externo selectivo.

Lo que sugieren las probabilidades, no los discursos

Más allá de la retórica política, las expectativas agregadas sobre el futuro de regímenes similares muestran un patrón consistente: los colapsos abruptos son ocasionales. La persistencia, incluso en condiciones extremas, es la norma.

En el caso venezolano, los factores que marcan la probabilidad de continuidad son evidentes: control coercitivo, economías ilícitas que sustituyen ingresos formales, respaldo externo y una sociedad civil debilitada. La narrativa del colapso inminente se repite con frecuencia, pero no se traduce en una expectativa realista de corto plazo.

El error de asumir racionalidad simétrica

El principal fallo de muchos enfoques es asumir que todos los actores evalúan el conflicto desde el mismo marco mental. No lo hacen. Para los gobiernos que presionan el conflicto es instrumental: un problema de costos, beneficios y precedentes. Para la élite del cártel, es ontológico: una cuestión de existencia o aniquilación.

Mientras esa asimetría persista, aumentar solo la presión no cambiará el resultado. Solo desplazará al sistema hacia formas más cerradas, más criminalizadas y menos permeables.

Una lección incómoda

La historia comparada sugiere que las aperturas políticas en regímenes cerrados no nacen de asfixias lineales ni de quiebres morales repentinos. Surgen cuando el propio sistema percibe que abrir espacios reduce riesgos existenciales en lugar de aumentarlos.

Si el objetivo es aumentar la probabilidad de una transformación democrática en Venezuela, la pregunta central no es cuánta presión aplicar, sino cómo alterar el marco de decisión de los actores clave. Mientras perder el poder equivalga a desaparecer, resistir seguirá siendo la apuesta dominante hasta que los costos de mantenerse sean mayores que la salida.  

En sistemas en los que la política ha sido reemplazada por el miedo a la pérdida absoluta, la democracia no llega por colapso. Llega por la intervención militar. 

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