Lo que no se ve ni nadie va a borrar

Lo que no se ve ni nadie va a borrar

María Corina rompió la seguridad y el protocolo, la distancia. Se acercó. Nos miró. Ese gesto simple fue brutal. Verla a los ojos, fue reconocernos.

Melania / @melania0880

No sé por dónde empezar. Todavía me tiembla el cuerpo cuando lo recuerdo. No es nostalgia ni solo emoción. Es algo más pesado, más hondo, Siento como como si se hubiera abierto una compuerta que llevaba años cerrada.

Yo fui pensando que iba a presenciar un momento importante y salí cargando pedazos de vida de gente que no conocía, historias que no eran mías pero que se me quedaron pegadas a la piel como si siempre hubieran estado ahí.

Desde que llegué sentí que el aire estaba distinto. No era euforia. Era contención. Era gente sosteniéndose para no romperse antes de tiempo. Nadie hablaba muy alto. Había miradas largas, silencios incómodos, respiraciones profundas.

Era como si todos supiéramos que ese día iba a tocar una herida que nunca terminó de cerrar.

Empecé a hablar con personas casi sin querer. No eran charlas casuales, eran descargas. Nadie preguntaba cómo estaba el otro. Directamente empezaban a contar lo que dolía.

Jóvenes, sobre todo jóvenes. Chamos que no deberían estar hablando de exilio, de despedidas, de ausencias. Chamos que viven en ciudades que no sienten suyas, que trabajan donde pudieron, que aprendieron a hacerse los fuertes porque no les quedó otra.

Me hablaban de Ciudad Real, de Madrid, de Dinamarca, de Suecia, de Estados Unidos. Nombres distintos para la misma sensación: estar lejos de todo lo que te hizo quién eres.

Una chica me dijo que sentía que su vida estaba congelada desde que se fue. Un chamo me confesó que había aprendido a no ilusionarse porque cada desilusión le cobraba un precio demasiado alto. Otro intentó hablar de su mamá y no pudo. Se quedó en silencio, con los ojos llenos de lágrimas, pidiéndome perdón por llorar. Como si llorar fuera una falta y el dolor tuviera que pedir permiso.

También hablé con abogadas que dejaron carreras construidas con años de esfuerzo, con mujeres que sabían exactamente lo que habían perdido y lo cargaban con una dignidad que partía el alma. Hablé con señoras que salieron de su casa temprano, con el corazón apretado, solo para estar ahí, para sentir que no estaban solas en ese deseo de volver.

Gente común, anónima, sin micrófonos, sin cámaras, pero con historias enormes. Había abrazos por todas partes. Abrazos largos, torpes, necesarios. Abrazos de esos que no se dan por cariño sino por supervivencia.

Nadie quería soltar primero, porque soltar era volver a la realidad, y ese día la realidad fue otra. Cuando apareció María Corina, el ambiente cambió. No fue un estallido de gritos. Fue algo más profundo.

María Corina rompió la seguridad, rompió el protocolo, rompió esa distancia que suele existir entre quienes hablan y quienes escuchan. Se acercó. Nos miró. Y ese gesto simple fue brutal. Porque verla de cerca, verla a los ojos, fue reconocernos. No vimos una figura lejana. Vimos a alguien que ha caminado la misma herida, que no habla desde la comodidad sino desde la convicción.

En esos ojos había cansancio, dolor y una firmeza que no se aprende en discursos.

Ahí muchos entendieron algo sin que nadie lo dijera: no estás loco, no estás exagerando, no fue en vano todo lo que perdiste. Puedes volver a creer.

Después de ese día seguimos hablando. Y todos estamos igual, como aturdidos. Cuando te quitan el país, cuando te obligan a vivir con la herida abierta y te entrenan para no esperar nada, recuperar la esperanza no es una emoción limpia. Es miedo, es vértigo, es una mezcla de ganas y temor que desarma.

María Corina Machado nos devolvió algo que parecía imposible: el derecho a imaginar un futuro sin tener que pedir perdón. Las ganas de volver a casa, de abrazar sin fecha, de creer sin vergüenza. Eso no se borra ni se negocia. Ya está sembrado en demasiada gente, demasiado profundo.

Es lo que no se ve. Lo que no entra en una foto ni en un titular. Es lo que queda en el cuerpo cuando todo termina. Y eso, pase lo que pase, nadie va a poder arrancarlo. #LaVictoriaDel28J

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