La reciente decisión de cubrir con pintura industrial una ladera del Parque Nacional Waraira Repano —el Ávila— para desplegar una gigantesca bandera palestina ha desatado una tormenta de críticas.
Ambientalistas, juristas y ciudadanos coinciden en calificar el hecho como un ecocidio y una afrenta cultural: no solo se destruye un ecosistema protegido, sino que se hiere un símbolo identitario de la capital venezolana.
El Ávila: más que una montaña
Para los caraqueños, el Ávila no es un simple accidente geográfico. Es la muralla verde que protege la ciudad, el horizonte cotidiano que acompaña cada amanecer y cada atardecer. Sus laderas son refugio de aves, mamíferos y especies vegetales únicas; sus senderos, espacio de encuentro y respiro en medio del caos urbano. “El Ávila es Caracas, y Caracas es el Ávila”, resume un cronista local.
Por eso, la intervención ha sido percibida como una profanación. “Es como si hubieran pintado sobre la Catedral o sobre el Salto Ángel”, comentó una vecina de San Bernardino. “No entienden que aquí no se trata de política internacional, sino de respeto a nuestra casa común”.
Olores químicos en lugar de aire fresco
Quienes viven en las urbanizaciones cercanas relatan que durante los días de trabajo, el aire que normalmente baja impregnado de humedad y aromas de bosque fue reemplazado por un fuerte olor a solventes y pintura fresca.
“En las mañanas, en vez de sentir el frescor del monte, lo que llegaba era un tufo químico que irritaba la garganta”, denunció un residente de Altamira.
Ese contraste sensorial ha reforzado la indignación: el Ávila, pulmón verde de Caracas, convertido en un lienzo impregnado de químicos que contaminan el aire y el suelo.
Más allá de la “contaminación visual”
- Contaminación química: solventes y pigmentos que se filtran al suelo y a las quebradas.
- Destrucción de vegetación: remoción de plantas nativas para preparar la superficie.
- Erosión: la ladera queda más vulnerable a deslizamientos.
- Perturbación de fauna: aves y pequeños mamíferos desplazados por ruido y químicos.
- Emisiones de CO₂: transporte de materiales y maquinaria pesada.
La legislación venezolana, como la de la mayoría de países, establece que los parques nacionales son zonas de uso restringido. Cualquier intervención requiere permisos y estudios de impacto. Hasta ahora no se ha informado de autorización oficial. Y si la hubo, ello confirma que el régimen privilegia la propaganda política sobre la protección ambiental.

Indignación ciudadana
En redes sociales y en las calles, la reacción ha sido de furia. “Han pintado sobre nuestra memoria colectiva”, escribió un usuario en X. “El Ávila no es un mural, es un ser vivo que nos da oxígeno”.
Vecinos de La Castellana y Chacao organizaron pequeños actos de protesta simbólica, desplegando pancartas con frases como “El Ávila se respeta” y “No a la propaganda en nuestro pulmón verde”.
“Esto no es solidaridad, es vandalismo de Estado”, opinó un ambientalista. “La causa palestina merece respeto, pero no a costa de destruir el patrimonio natural de Caracas”.
El trasfondo político
El gesto revela una contradicción profunda: mientras el régimen se presenta como defensor de causas internacionales, sacrifica el patrimonio natural local. Para críticos, se trata de un doble discurso: se invoca la justicia global mientras se pisotea la justicia ambiental en casa.
“Si querían mostrar solidaridad, podían iluminar edificios oficiales, organizar actos culturales o diplomáticos”, señaló un urbanista. “Pero usar el Ávila como valla publicitaria es una grosería histórica”.
Restauración y reparación
La recuperación del área afectada será compleja: retirar la pintura sin dañar más el suelo, replantar especies nativas y monitorear la regeneración durante años. Ambientalistas exigen que los responsables financien la restauración y que se establezcan sanciones ejemplares.
“El daño simbólico es irreparable”, concluyó un cronista. “El Ávila es más que una montaña: es el alma de Caracas. Y hoy esa alma ha sido manchada con pintura y propaganda”.
El caso sintetiza la tensión entre propaganda política y bienes comunes. La bandera pintada en el Ávila no solo destruye un ecosistema protegido, sino que hiere la identidad de una ciudad entera. La solidaridad internacional no puede construirse sobre la devastación local. Y la defensa de la naturaleza no puede ser selectiva: o se protege siempre, o se convierte en un recurso más de la propaganda.


