En los tiempos en que Stalin cometía los primeros grandes crímenes del siglo XX —asesinatos, campos de concentración, experimentos salvajes para producir soldados a partir de monos, hambrunas en Ucrania y persecución de los científicos que aplicaban la teoría de la evolución—, el diario The New York Times mantenía en Moscú un corresponsal que era gran amigo de Coba, el apodo de Stalin en sus tiempos de asaltante de bancos y otros delitos, y que no aprovechaba su cercanía con el “Padrecito” para tener mejor informados a los lectores estadounidense, sino todo lo contrario. Mentía sobre la situación económica, negaba que millones murieran de hambre y pregonaba que la “dictadura del proletariado” era el mundo que todos soñábamos.
Walter Duranty escribía: “En Rusia no hay hambre ni muertes por inanición. Cualquier informe de hambruna en Rusia es hoy una exageración o propaganda maligna”. Cuando Stalin aplicó su primer plan quinquenal para imponer la colectivización de las tierras, Duranty publicaba artículo sobre las “excelencias de la transformación radical de las estructuras económicas y sociales” que le valieron el Premio Pulitzer en 1931.
Aunque se ha demostrado que Duranty hizo precisamente lo que un periodista no debe hacer –ocultar la verdad–, el diario neoyorkino se ha negado a devolver el premio ni ha ofrecido disculpas por los dislates de su reportero en Moscú. Tampoco el NYT ha perdido perdón por lo que Herbert Matthews dejó en el tintero y no compartió con sus lectores en la entrevista que le hizo a Fidel Castro el 17 de febrero de 1957 en la Sierra Maestra. Y desde entonces todo lo que decía Castro fue santa palabra.
Con Venezuela, el New York Times ha tenido una conducta muy similar desde que Hugo Chávez asumió el poder en febrero de 1999. Su periodismo no ha sido imparcial, ni objetivo ni mucho menos apegados a la verdad. Su “veracidad” ha sido una verdad alternativa, un auténtico fake news.
Desde que Trump decidió cambiar la geopolítica hemisférica y tratar la dictadura narcoterrorista que jefatura Nicolás Maduro como lo que es, una banda de delincuentes que se incrustó en los intersticios del Estado Venezolano, el Times se despojó de cualquier pudor y su defensa del régimen dominado por el Cartel de los Soles no se puede atribuir a un reportero novato o un editor en la inopia. Hay una innegable identificación editorial que elude los crímenes de lesa humanidad y la destrucción de una de las economías más prósperas de América del Sur.
El caso de Germania Rodríguez Poleo, revela como en un momento en el que la narrativa internacional sobre Venezuela continúa siendo moldeada por intereses, silencios y omisiones, en los medios globales influyentes, la situación actual suele filtrarse a través de lentes que minimizan, distorsionan o invisibilizan el sufrimiento de un país que lleva décadas enfrentando una crisis humanitaria y política sin precedentes.
Su testimonio describe cómo, tras publicar un análisis crítico de un artículo del New York Times —uno que, según señala, omite el contexto esencial y reproduce voces alineadas con una visión complaciente hacia el chavismo—, recibió la orden directa de eliminar su video. Esa solicitud no solo supuso un acto de censura, sino también la confirmación de un patrón: la resistencia de ciertas instituciones mediáticas a permitir que periodistas venezolanos expliquen, desde su propia experiencia y conocimiento, la complejidad del régimen y sus impactos.
Rodríguez Poleo decidió renunciar antes que callar. Pero su salida no terminó ahí: durante el período de transición, y luego de realizar una entrevista sobre el tema venezolano, fue abruptamente despedida y escoltada fuera del edificio.
El mensaje fue más claro: contar la verdad incómoda sobre Venezuela tiene costos, incluso en redacciones que se presentan como defensoras de la libertad de expresión.
Este episodio ilustra las barreras que enfrentan quienes intentan narrar Venezuela desde la verdad y no desde la conveniencia política. Mientras figuras pagadas para amplificar la propaganda oficialista gozan de plataformas y visibilidad, periodistas venezolanos siguen empujados a la marginalidad cuando su voz desafía la narrativa establecida.
La decisión de Rodríguez Poleo de continuar su trabajo de forma independiente no solo es un acto de valentía; es un recordatorio de la urgencia de proteger y amplificar voces venezolanas auténticas.
En tiempos cuando la desinformación se disfraza de análisis y la objetividad se contamina con intereses geopolíticos, su historia es una advertencia: el problema no es solo lo que se dice sobre Venezuela, sino lo que se prohíbe decir.
El análisis del profesor José Vicente Carrasquero
¿El New York Times le está lavando la cara a Nicolás Maduro? José Vicente Carrasquero analizo a fondo el reciente reportaje del NYT sobre Venezuela, el Tren de Aragua y la oposición democrática. Indica qué datos clave omite y por qué eso importa para la seguridad de todo el hemisferio.
Asimismo, revisa el papel del narcoestado venezolano, las conexiones con el Tren de Aragua, los casos judiciales en Estados Unidos y América Latina, y la manera en que ciertos medios internacionales terminan minimizando el impacto real del crimen organizado y la represión política. También el papel de María Corina Machado, Edmundo González Urrutia y la lucha por unas elecciones auténticamente libres en Venezuela.


