La primera ministra Georgia Meloni cumple tres años a la cabeza del gobierno de Italia y se ha granjeado la imagen de «moderada», pero no transige en lo que no se debe transigir
Jaime Bordel Gil / NUEVA SOCIEDAD -octubre 2025
El 10 de septiembre pasado, en el primer debate de la carrera presidencial chilena, se les preguntó a los candidatos qué líder internacional actual tenían como referente. Uno de los pocos en responder fue el ultraderechista José Antonio Kast, que después de varios titubeos, se decidió por un nombre: Giorgia Meloni. Kast, que empezó el debate recordando a Charlie Kirk, pudo haber citado a Donald Trump, hoy el principal referente de la extrema derecha.
También pudo decantarse por referentes regionales como Javier Milei o Jair Bolsonaro, o jugar la carta de la seguridad con Nayib Bukele. Incluso, de haberse ido a Europa, podría haber apostado por otras figuras como Viktor Orbán o Marine Le Pen. Pero eligió a Meloni. ¿Qué lo llevó a decidirse por la italiana?
Aunque sea imposible adentrarnos en la cabeza de Kast, su elección parece responder a una estrategia clara: mostrarse como alguien respetable y desactivar la idea de que su llegada al gobierno pondría en riesgo la democracia. Para ello, la figura de Meloni es mucho más útil que la de otros mandatarios como Trump o Milei.
En sus casi tres años al frente del gobierno, la italiana ha conseguido envolverse en un halo de respetabilidad internacional y labrar la imagen de que, finalmente, «no es tan radical». Este es el principal triunfo de Meloni a punto de cumplir tres años al frente del gobierno italiano: haber conseguido normalizar la presencia de una extrema derecha con raíces en el fascismo italiano al frente de la tercera economía europea y haberse convertido en un referente internacional para todas las derechas radicales. No será la más poderosa, ni la que esté implementando cambios más profundos. Pero ha conseguido convertirse en un referente al que todos se quieren acercar cuando necesitan legitimarse de cara al exterior.
Pragmatismo externo, gradualismo interno
La gran pregunta que surge en estos días es cómo ha conseguido esto Meloni en un país como Italia, que parecía abonado de por vida a la inestabilidad política. En los dos periodos legislativos previos a su llegada al poder, el país había tenido cinco primeros ministros, mientras que la líder de Hermanos de Italia cumplirá el próximo 22 de octubre tres años al frente del Ejecutivo sin haber sufrido grandes sobresaltos.
Su gobierno se ha basado en dos premisas: pragmatismo en el plano internacional y gradualismo en la implementación de su agenda interna. En su estrategia de política exterior, la agenda de Meloni ha tenido como principal objetivo hacerse ver como un socio fiable en Europa. En materia económica, ha evitado los choques fuertes con Bruselas, aunque ello implicara prescindir de algunos aspectos de su programa. Al mismo tiempo, ha remarcado continuamente su firme atlantismo y su compromiso inquebrantable con la causa ucraniana (a diferencia de otras derechas, como la de Matteo Salvini en el caso de Italia, más cercanas al Kremlin).
Meloni ha sabido jugar sus cartas y, en un contexto tan convulso como el actual, se ha hecho valer como un aliado fundamental para afrontar los grandes retos de la Unión Europea. Además del apoyo a Ucrania, el gobierno italiano ha logrado tener un papel importante en materia migratoria, consiguiendo que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, viajara a Lampedusa, epicentro de la crisis migratoria en el Mediterráneo, y que la UE apoyara su plan de crear varios centros para deportar inmigrantes en Albania. Es una victoria que en términos materiales significa poco, pues el plan era costoso y poco eficiente y ha sido rechazado varias veces por los jueces italianos, pero que tiene un gran valor en el plano simbólico: una propuesta histórica de las derechas más radicales y contraria a los derechos humanos ha sido amparada por la UE.
La otra gran clave del gobierno de Meloni -quien se presenta como mujer, madre, italiana y cristiana- es que ha sabido ser gradualista a la hora de implementar su agenda conservadora en el país. Aunque no ha abandonado sus objetivos de fondo, el gobierno no se ha lanzado a realizar transformaciones de gran calado que pudieran generar una reacción fuerte en la sociedad y ha preferido implementar cambios de manera progresiva.
Se han impulsado medidas contra las familias LGTBI+, dificultando la inscripción de sus hijos en el registro civil; se ha aprobado un decreto de seguridad que endurece las penas contra las protestas y políticas antiinmigración; se ha atacado la independencia de jueces y medios de comunicación, empezando por la histórica compañía pública Radio Televisión Italiana (RAI). Sin embargo, todo ello se ha hecho sin hacer saltar las alarmas y evitando tocar temas más espinosos, como el aborto.
No es que Meloni no haya hecho nada, ni que se haya comportado como cualquier primer ministro de centroderecha, como dicen algunos medios, sino que es consciente de que su plan no puede ejecutarse en cinco años y ha preferido asentar cimientos fuertes sobre los que poder construir a largo plazo. Se ha repetido mucho que Meloni es moderada, pero más que moderada lo que ha sido es pragmática e inteligente.
Lo que aprendió Meloni
Meloni ha sido muy inteligente a la hora de gobernar y ha sido capaz de dos cosas que muchos políticos no consiguen: tomar nota de los errores de sus predecesores y ser consciente de sus limitaciones.
Respecto a los errores, Meloni ha tenido muy en cuenta la experiencia más reciente de la extrema derecha en el Poder Ejecutivo, con la alianza de gobierno de la Liga y el «anticasta» Movimiento 5 Estrellas (2018-2019). Entonces, el líder leguista Matteo Salvini, vicepresidente tanto de aquel gobierno como del actual, capitaneó una ofensiva contra Bruselas en todos los frentes, incluido el económico. Italia mantuvo meses de tensas negociaciones con las instituciones comunitarias, que llegaron a rechazar el presupuesto italiano.
En plena resaca de la crisis de 2008, este enfrentamiento en clave soberanista le permitió a Salvini ganar apoyos entre los más desencantados con la UE. Sin embargo, a la larga, esta posición le jugó una mala pasada, ya que en muy poco tiempo el gobierno se granjeó demasiados enemigos y no consiguió hacer despegar la situación económica del país.
Meloni aprendió de las dificultades que implica un enfrentamiento abierto con Bruselas, y de ahí que haya mantenido en todo momento una actitud tan conciliadora hacia las instituciones europeas. A diferencia de Salvini, la líder italiana supo prever que una buena imagen externa facilitaría que se mirara con menos recelo lo que hacía puertas adentro en Italia. De ahí que haya alcanzado este pacto tácito con las instituciones y gobiernos europeos: yo no me salgo del guion en los temas importantes y ustedes no se meten en mi política interna.
En relación con esta última, Meloni ha sido muy consciente de las limitaciones que enfrentaba a pesar de la amplia mayoría de la coalición de derecha en el Parlamento. Por un lado, las limitaciones que el contexto económico e internacional impone a un país como Italia. Con una economía estancada y una deuda superior a 130% del PIB y siendo el principal receptor de los fondos de recuperación de la pandemia impulsados por la UE (NextGenerationEU), la Italia de 2022 no se encontraba en una posición de fuerza para mantener el pulso con Europa.
De hecho, Meloni entendió bien que la UE no era el archienemigo que dibujaban algunos de sus compañeros de la extrema derecha, y que podía ser, por el contrario, la tabla de salvación para Italia. Sin el dinero recibido de Bruselas, habría que ver dónde se encontraría ahora mismo el gobierno italiano.
Por otro lado, ha sabido ver que su mayoría parlamentaria no se corresponde con la realidad política del país. El sistema electoral italiano benefició enormemente a la coalición de las derechas, que obtuvo casi 60% de los escaños en ambas cámaras con alrededor de 44% de los votos (Hermanos de Italia, de Meloni, obtuvo 26%).
La premier italiana podría haber aprovechado esta mayoría para emprender una agenda más transformadora, que impulsara cambios más profundos a mayor velocidad. Podría haber ido a por la ley del aborto y haber sido aún más dura en materias de derechos civiles y seguridad. Sin embargo, la líder de Hermanos de Italia ha considerado hasta el momento que si intenta ir demasiado lejos podría generar una reacción fuerte de la oposición progresista en su contra y facilitar la coordinación de sus oponentes.
Un ejemplo de esto es la reforma del premierato, una transformación del sistema parlamentario en clave presidencialista, que la extrema derecha italiana reclama hace décadas. Esta reforma, que cambiaría radicalmente el sistema italiano fortaleciendo al Poder Ejecutivo, es la medida estrella de Meloni desde hace tiempo en materia institucional, el que sería su gran legado. Pero aunque podría haberla acelerado para esta legislatura, ha preferido esperar, ya que requerirá de un referéndum para su aprobación; una consulta que conlleva el riesgo de una derrota que podría reactivar a la oposición y debilitar su figura.
Parece que, de momento, el calendario que tiene en mente es 2028, tras una hipotética reelección. Para entonces la actual primera ministra estaría aún más fuerte y habría más opciones de que la norma fuera aprobada. Meloni no quiere precipitarse y prefiere asegurar su liderazgo en el largo plazo antes que pasarse de frenada en el corto.
En estos tres años de gobierno, Meloni ha preferido reformar y no demoler el edificio. En vez de hacerlo saltar por los aires, ha preferido poco a poco ir dándole la forma que se propone. Sus resultados no serán tan inmediatos, pero de momento el plan está saliendo según lo esperado. Meloni siempre ha sabido que en cinco años su gobierno no puede cambiarlo todo, y que en un periodo legislativo, Italia no se convertirá ni en la Hungría de Orbán ni en la Polonia de Ley y Justicia. Por eso va más despacio y está labrando la tierra para que ella misma u otros recojan sus frutos, tanto dentro como fuera de las fronteras de Italia. Ya llegará el momento en que se pueda pisar el acelerador.
Su rol es el de ser la avanzadilla de la derecha radical. Una pionera que normalice la presencia de la extrema derecha en el Ejecutivo italiano, en las reuniones del Consejo Europeo e incluso en la propia Comisión Europea (un ex-ministro suyo, Raffaele Fitto, ocupa una de las vicepresidencias del organismo europeo). Y un referente para quienes quieren llegar al poder sin hacer saltar las alarmas. Alguien con quien pueden sacarse una foto que otorga hoy una cierta legitimidad internacional. Una fuente de normalización de la extrema derecha: «Miren a Italia, allí gobierna Meloni y no pasa nada». Algo pasa, pero por ahora no es tan fácil verlo.